Habían pasado diez minutos y Viviana aún no llegaba al hospital. Conducía velozmente, consciente de que cada minuto era vital. De repente, sintió el inexorable efecto paralizante del veneno sobre su sistema nervioso. Pero, decidida a no morir asfixiada o víctima de un infarto, hizo un esfuerzo sobrehumano y condujo aún más deprisa. La lengua adormecida le impediría pedir auxilio, así que ahora su vida dependía de la perspicacia incipiente y el discernimiento casi nulo de las enfermeras del hospital público.
Era aquel un día lluvioso,… lluvioso y funesto. No tan funesto por el frío implacable ni por la infausta picadura de la viuda negra (“Nivel 4 en la escala del dolor… ¿no dijeron eso en el Discovery Channel?”). Más bien porque un brillo en el retrovisor la volvió a hacer palidecer. Un hilo sedoso y brillante, el arnés de una pequeña araña doméstica que, antes de que pudiera evitarlo, descendió sobre su hombro.
Eso fue todo. Viviana perdió la cabeza y el control de su auto.. El coche patinó, dio un giro completo y se estrelló contra la baranda de un puente. Su cuerpo atravesó el parabrisas en medio de una lluvia de cristales y el río no tardó en recibir su ser inerte.
***
Despertó con taquicardia. No sabía si se había quedado dormida tres segundos o treinta y tres. Sin duda, una espeluznante sensación de eternidad. Un instintivo golpe en el volante corrigió la dirección antes de que se estrellara con la ambulancia. ¿Qué significaba aquella pesadilla distinta? ¿Salvación? ¿Condenación?
Llovía a cántaros. Viviana vio el logotipo borroso del hospital y un par de cruces rojas desdibujadas, como diluidas por el torrencial aguacero o su propia visión, a ratos borrosa. Con esfuerzo logró abrir la puerta del auto rojo fue recibida enseguida por el pavimento.
Afuera, los paramédicos llevaban una camilla con un hombre herido en un accidente de tránsito ocasionado por el exceso de velocidad y el mal tiempo, mientras Viviana alzaba en ademán suplicante su mano izquierda, lánguida, no tanto por el frío como por los nefatos efectos del veneno, 15 veces más tóxico que el de una serpiente cascabel.
Mientras tanto, frente al hospital en una sala de cine, Lily, la chica no-aracnofóbica, disfrutaba de imágenes grandilocuentes de un tipo que luego de ser picado por una araña en circunstancias inusuales, se convertiría en un superhéroe mítico.
Ahora sonreía en su butaca y soñaba despierta en ser la novia de Peter, mientras envolvía su cabello rojizo alrededor de su índice izquierdo y se mordía el labio inferior, que había empezado a temblar sin ninguna razón.
© 2004 - A.H. (12 de julio)