El Día Internacional
de la Mujer y la búsqueda de la justicia cultural
A propósito del Día Internacional
de la Mujer, que se conmemora el 8 de marzo de cada año, conviene anotar varios
aspectos de sus conquistas y reivindicaciones, al margen de las celebraciones,
que no dejan de ser a veces un tanto frívolas.
En materia de políticas públicas
la agenda de los gobiernos de América Latina, sobre todo los progresistas, ha
ido incorporando espacios de diálogo que permitan escuchar las voces femeninas
y conocer sus expectativas. Más aún, la agenda política ahora visibiliza a la
mujer y destaca su rol como ministra de estado, como representante del
Ejecutivo a nivel provincial, como asambleísta, o como Presidenta de una
Función del Estado. No cabe duda ya de su capacidad y eficiencia a la hora de
desempeñar un puesto de responsabilidad en los altos niveles institucionales.
Las políticas de acción
afirmativa han favorecido no sólo la participación de las mujeres en la esfera
pública sino también las de otros grupos históricamente discriminados, con
miras a la construcción de una sociedad más equitativa y justa. Cabe mencionar
que para ello no basta sólo con la redistribución de la riqueza; hay que buscar
activamente la inversión privada que genera nueva riqueza y crea empleo, y adicionalmente
a esta justicia redistributiva, hay que agregar la justicia cultural, que pasa
por el respeto y el reconocimiento hacia el “otro”. En palabras de Nancy Fraser,
Doctora en Filosofía y Profesora de Ciencias Políticas y Sociales en The New School University de Nueva York,
la injusticia cultural se manifiesta por la dominación cultural, pero también
por la falta de reconocimiento (“invisibilidad en virtud de las prácticas de
representación, comunicación e interpretación legitimadas por la propia cultura”)
y por la falta de respeto (“ser difamado o despreciado de manera rutinaria por
medio de estereotipos en las representaciones culturales públicas y/o en las
interacciones cotidianas”).
Los múltiples y simultáneos roles
que desempeña porque así lo desea, o porque la sociedad así lo espera, demandan
de la mujer mucho esfuerzo y competitividad. Indudablemente no debe ser fácil
conjugar eficazmente todas las facetas de una gestión pública, laboral o
empresarial con la vida privada, máxime cuando sus resultados se suelen ver
desde la sociedad con mucha expectativa.
De su lado, en el ámbito
académico se promulga abandonar los enfoques androcéntricos, (aquellos que
reconocen únicamente los aportes a la ciencia efectuados por hombres) que desde
la cátedra universitaria han fomentado procesos de invisibilización o de falta
de reconocimiento de las contribuciones femeninas a la construcción del
conocimiento.
Más allá de los procesos históricos que fueron dando forma a
nuestras sociedades, el compromiso individual por la justicia cultural, o por
el reconocimiento y el respeto a la acción de las mujeres en todos los espacios
públicos y privados que valoran, debe ser una constante que nos lleve en
conjunto a la transformación de la sociedad para ser más incluyente, más
humana, solidaria, participativa, democrática, justa y equitativa.
En suma, nuestra cotidianeidad
debería reflejar nuestro compromiso por ser mejores personas y contribuir desde
la diversidad de nuestros espacios, a la reducción de las desigualdades y
asimetrías que opacan al final del día la felicidad de la sociedad en su
conjunto.