sábado, 29 de mayo de 2010
Toros en el Guayas?
Me sorprendió ver en las noticias las protestas inmediatas de un gran número de ciudadanos y varias instituciones frente a la posibilidad de realizar espectáculos taurinos en la Perla del Pacífico. Apenas lógico. Pero luego de un momento me di cuenta de lo que en verdad representaba la noticia: el atroz espectáculo de crueldad contra un animal tan noble iba a ser efectivamente trasladado al puerto principal.
He leído en un importante diario de esa ciudad, en el foro de lectores, varias opiniones muy bien fundamentadas en contra de aquella repudiable práctica, pero desgraciadamente, por cada una contraria había otra a favor.
Y precisamente por eso quiero proponer algunas reflexiones objetivas:
¿Es posible que en pleno siglo XXI la gente sea tan insensible que necesite un espectáculo tan cruento para divertirse, amparada en tradiciones arcaicas de quienes destruyeron y saquearon nuestros pueblos? Si no ¿por qué la corrida portuguesa no convoca tantos aficionados fuera de Portugal? ¿Puede gente opuesta a la globalización ser la misma que sigue anclada en aquellas tradiciones españolas atentatorias contra el trato ético a los animales? ¿Hay alguna razón justificada para que a eso se le llame cultura? Creo que ni siquiera debería llamarse tradición, porque eso implica que esta brutal práctica -que no debería existir- está muy extendida en el tiempo y el espacio. ¿Es decir que porque algo se practique de ordinario, significa que está bien o es correcto, o hasta normal?
No me malinterpreten, me encantan las parrilladas y las hamburguesas, pero si el toro de todas maneras va a morir para contribuir involuntariamente a subir nuestro colesterol malo (LDL) ¿es necesario torturarlo de forma tan inhumana?
Los puestos de trabajo generados no son razón suficiente. La ambición del empresario taurino, mucho menos. No se trata de una lucha justa. Es un duelo a muerte, donde el más fuerte y noble tiene todas las de perder. Suponiendo que los pitones y la totalidad del animal llegan intactos a la arena, no puede negarse que se lo tortura y debilita picando los músculos que controlan la embestida, con las banderillas.
El rejoneo es una variedad aún más proterva, porque se trata de enfrentar a un jinete y su caballo contra el animal enfurecido, que lucha por su vida, sin saber por qué debe hacerlo en primer lugar. Aquí el humano, (a estas alturas es un decir, casi) utiliza una lanza para agredir al toro, ¿necesito decir más?
¿Acaso no es eso regodearse en el sufrimiento de un animal?
La estocada final cuando no mata al toro -de hecho, creo que pocas veces lo hace- lo deja paralizado y consciente para luego tener que ser sometido a un nuevo vejamen: privarlo de las orejas y el rabo y luego ser arrastrado por la plaza, para ser descuartizado en la trastienda. Morir en desventaja no era suficiente.
La fiesta brava es a la vez tradición y pena ajenas y los guayaquileños han hecho bien en decirle no. Aplaudo a la gente que se opone activamente a la fiesta taurina, porque hace algo que no debería. Y digo no debería tener que hacerlo porque jamás debió popularizarse. No se trata de respetar criterios diferentes, porque en este caso no puede haber más de uno racional: el elemental -e inherente a la naturaleza humana- principio del respeto a la vida.
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